DIA: 02-04-95.-
M. Queridos hijos, deseo que se amen más unos con otros, como verdaderos hermanos, que compartan sus bienes con los más necesitados. En estos tiempos tan difíciles de purificación, llamo a una profunda y sincera caridad. La Madre no los abandona.
Hija querida, quiero que hagas conocer Mi llamado para que Mi Hijo no sea ya tan ultrajado. Haz conocer Mis palabras, son para todos.
F. Madre, ¿escribo algo más?
Andás inquieta porque rodean en tu mente un montón de ideas frente a la vida... No sabes a qué decir SÍ y a qué decir NO...De un lado las voces deslumbrantes de la sociedad del bienestar y del consumo, y del otro la voz de Dios que resuena desde el fondo de tu corazón...Pero si te sirve, te voy a contar mi experiencia y sus consecuencias.
Mi primer SÍ lo sabes de memoria, fué en esa madrugada de mi juventud...Tenía 16 años ¡y tantas ilusiones! En un rincón de mi habitación se iluminó la tierra, y como un fuerte temblor ¡todo mi ser se estremeció! ¡Cómo me vería el Ángel, que hasta tuvo que decirme "No temas, María"!
Escuché lo que me decía con miedo; ¿Qué tenía yo de especial para recibir esa visita de Dios? En verdad, solo entendí que lo que estaba pasando era muy importante, que Dios me estaba pidiendo algo que cambiaría toda mi vida, mis planes con el bueno de José, y mis proyectos de formar una familia.
Pero en mis oídos resonó con mucha fuerza "lo que en tí se va a engendrar es por obra del Espíritu Santo". Comprendí que Él lo iba a hacer todo, no había que temer para nada; yo debía sólo decir "SÍ", abrir mi corazón, y aceptar esa fuerza del Espíritu con todas sus consecuencias.
Qué felíz me sentí después de que pronuncié el ¡Hágase en mí lo que Dios quiere"! Pero no todo fué tan sencillo como vos imaginás, ahí empezó mi calvario, mi cruz oculta. No le dije nada a José, porque ¿cómo explicarle lo que había pasado?
Decidí que si Dios me había metido en ese "lío", Él encontraría la manera de hacerme salir. Y mi silencio fué premiado. José se me acercó un día, con la cabeza baja, y me dijo: "María, esta noche Dios me ha hecho entender que en tu vientre hay un misterio más grande que nosotros. Si quieres, estoy listo a ser tu esposo, y custodiar juntos este milagro". Yo acepté con alegría. ¡Dios me había mandado al hombre que me ayudaría a llevar adelante esa gran Misión!
Fué cuando entendí que decir SÍ era abandonarse en los brazos del Padre, y caminar en plena confianza, y a veces sin entender nada.
El día que con José llevamos al niño al Templo para presentarlo como la ley mandaba, íbamos felices y ¡que lindo estaba Jesús!. Le puse la mejor ropa que tenía. Al entrar, nos salió al encuentro un anciano de larga barba blanca y con cara de bueno. Sin pedirme permiso, tomó al niño en sus brazos y con la cara iluminada, pronunció palabras muy bellas. ¡Él sabía más cosas que yo acerca de mi Hijo! Dijo que era la salvación y la gloria de todo el pueblo. Pero fué horrible lo que me dijo al entregarme a Jesús...que una espada me iba a atravesar el alma.
Faltó poco para que yo dijera "¡NO!", pero al mirar a Jesús, me encontré con su mirada (¡qué mirada Dios mío!). Con sus ojitos Él repetía: SÍ...¡SÍ! Sin darme cuenta mi voz se unió a la suya y en una maravillosa sinfonía, los dos cantábamos SÍ...SÍ...¡SÍ, hágase SU voluntad! Si por eso hay que pasar, para algo importante ha de ser. Y cada SÍ iba dejando en mí una profunda enseñanza y una fuerza inmensa, para seguir pronunciando otro.
Más tarde fué el mismo Jesús el que arrancó de mí otro doloroso SÍ. Fué cuando lo perdimos de aquella manera tan tonta en una romería de Jerusalén, y lo encontramos ante los doctores en el templo.La alegría del hallazgo se nubló ante la respuesta desconcertante de un niño de 12 años. "Por qué me estaban buscando? ¿No sabían que yo debo estar en las cosas de mi padre?...¡Cuánto duele en algunos momentos tener que decir SÍ! Conservé todos estos detalles en mi corazón, y más tarde entendí que aceptar la voluntad del Padre no era fácil, porque en muchas ocasiones no iba a coincidir con la mía.
A partir de ese SÍ, mi vida transcurrió como un lago sereno, Jesús crecía y ayudaba en la carpintería a su padre. Todos los días, nos reuníamos los tres para rezar los salmos, cantar...¡Qué bien que cantaba Jesús! Éramos tan felices...
Una tarde, Jesús hizo una oración distinta y espontánea al Padre, pronunció muchas palabras que nos sorprendieron a José y a mí. "La mies es mucha, los obreros son pocos...Tengo otras ovejas que no son de este redil...El Espíritu de Dios está sobre mí...El me ha ungido para anunciar a los pobres el Reino de Dios..." Esta oración me hizo pensar que algo nuevo iba a suceder, y sentí en mí la fuerza del Espíritu que me preparaba para pronunciar el SÍ más doloroso de mi vida.
Al poco tiempo Mi bueno de José se apagó, como una velita que había dado mucha luz; se fue a la casa de Dios Padre con mucha paz, rodeado del cariño de Jesús y mío. Fue entonces cuando Jesús empezó a hacerme entender que había llegado el tiempo de separarnos. Tomó mis manos, me miró, y con su mirada me lo dijo todo. Nuestras lágrimas, nuestros sentimientos, y su voluntad y la mía, se fundieron en una sola voz: "¡Hágase en mí Tu voluntad".
Desde el día en que Jesús se encarnó en mi, yo tenía bien claro una cosa, que Jesús me lo daba el Padre no para mí sola, sino para que yo se lo diera a los demás. En medio del dolor por separarnos pensé... Los encarcelados, los ciegos, los pobres, los enfermos, los muertos, todos le necesitaban, y Él estaba dispuesto para cumplir SU MISION: SERVIR... anunciar la Buena noticia con todas sus consecuencias. Me sentía contenta de tener un Hijo así, y dí gracias al Padre.
El final más duro de todos mis SÍ...fue al pie de la cruz. Sentí el deseo de reclamarle al Padre: ¿Por qué? ¿Por qué de esa manera? No me fué fácil entregar a mi Hijo, en los brazos de Su Padre Dios. Pero lo hice, y una abundante paz me inundó cuando comprendí que así tenía que ser.
Cuando Jesús me dijo: "Mujer, ahí tienes a tu hijo", refiriéndose a Juan, yo le miré, y... ¿sabés que pasó? Fue a tí a quien vi.
¿Entiendes lo que eso significa? En ese momento a tí y a mí, Jesús nos estaba dando una misión, la suya...la de seguir anunciando a los hombres lo que Él anunció: que Dios es nuestro Padre, que creamos y aceptemos Su amor, y que tanto nos ama que lo envió a Él al mundo para darnos el gran regalo de la vida. Quiero que hoy sientas la mirada de Jesús y entiendas lo que te pide. Ël espera tu SÍ, haz silencio en tu corazón y siente la fuerza del Espíritu
MARIA.

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