sábado, 27 de agosto de 2011

Santa Mónica: Madre de San Agustín

27 de Agosto - Santa Mónica: Sigue rogando por las madres y por sus hijos, por las esposas y sus maridos, y por todos los pobres pecadores que necesitan conversión.

Mónica nació en Africa del Norte en el año 332. Sus padres encomendaron la formación de sus hijas a una mujer muy religiosa, pero de fuerte disciplina, y aunque ella deseaba dedicarse a la vida de oración y de soledad, ellos dispusieron que tenía que esposarse con Patricio, buen trabajador; pero terriblemente malgeniado, mujeriego, jugador, y sin religión ni gusto por lo espiritual.

Por treinta años, Mónica soportó los estallidos de ira de su marido, quién jamás se atrevió a golpearla.

Tuvieron tres hijos: dos varones y una mujer. Los dos menores, alegría y consuelo de su madre, pero el mayor Agustín, motivo de su constante sufrimiento por decenas de años.

Fórmula para no pelear

En aquella región y época, las personas eran muy agresivas, y las demás esposas preguntaban a Mónica porque su esposo, uno de los hombres de peor genio, nunca la maltrataba físicamente. En cambio sus esposos, las castigaban sin piedad.

Mónica respondía: "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando el grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos y yo no acepto la pelea, pues... no peleamos".

Esta fórmula se ha hecho célebre en el mundo, y ha servido a millones de mujeres para mantener la paz en la casa.

Patricio no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad con los pobres, no se oponía. Ella rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo, y al fín alcanzó de Dios la gracia de que él se hiciera bautizar, al igual que su suegra.

Un año después de su bautismo, muere santamente Patricio, dejando a la pobre viuda con el problema de su hijo mayor.

Los padres de Agustín, se habían dado cuenta que su hijo era extraordinariamente inteligente, y por eso lo enviaron a la capital del estado a estudiar filosofía, literatura y oratoria. Pero tuvo la desgracia de que su papá no se interesara por sus progresos espirituales, sólo le importaba que sacara buenas notas, y que brillara socialmente y en ejercicios físicos. Esto fué fatal para él, cayendo de mal en peor, en pecados y errores.

A la muerte de su padre, Agustín tenía diecisiete años, y empezaron a llegarle a Mónica, noticias de que su hijo era socio de una secta: los Monisqueos, los cuales afirmaban que al mundo no lo había hecho Dios, sino el Diablo.

Mónica que era bondadosa pero no floja, al volver su hijo y empezar a oirle mil barbaridades, lo echa sin más de la casa, porque bajo su techo, no quería albergar a enemigos de Dios.

Una visión

En esos días, Mónica tuvo un sueño en el que ella lloraba por la pérdida espiritual de su hijo, y se le acercaba un personaje resplandeciente que le decía: "tu hijo volverá contigo", y enseguida vió a Agustín junto a ella. Narra al muchacho su sueño, y él le dice que eso significaba que ella se iba a volver maniqueista como él. Pero ella le respondió: "En el sueño no me dijeron, mamá irá a donde su hijo, sino tu hijo volverá contigo". Faltaban nueve años para que Agustín se convirtiera, pero esta respuesta lo impresionó mucho y más tarde la consideraría como una inspiración del cielo.

Aunque su hijo no daba la menor señal de arrepentimiento, una frase dicha por un obispo a Mónica, la llena de esperanza, renovando sus fuerzas para lograr su conversión: "Esté tranquila, es imposible que se pierda el Hijo de tantas lágrimas".

A los 29 años, y ya todo un doctor, el joven decide ir a Roma. Su madre se propone seguirlo para librarlo de peligros morales, pero Agustín le hace una jugada tramposa (de la cuál luego se arrepiente). Al llegar junto al mar, le dice a Mónica que fuera a rezar a un templo mientras él visitaba un amigo, embarcándose rumbo a Roma, y dejándola sola. Pero como Mónica no era débil, tomó otro barco y fué tras su hijo.

Fué en Milán, donde se encuentran con el Santo más famoso de la época: San Ambrosio, arzobispo de esa ciudad. A Mónica la fué guiando con prudentes consejos, como un verdadero padre lleno de bondad y sabiduría, impresionando con su poderosa personalidad a Agustín, cambiando sus ideas, y acercándolo a la fé católica.

Y sucedió que en el año 387. Agustín, al leer unas frases de San Pablo, sintió una impresión extraordinaria y se propuso cambiar de vida. Dejó sus vicios y malas costumbres. Se hizo instruir en la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año, se hizo bautizar.

Mónica ya había conseguido todo lo que anhelaba en esta vida, que era ver la conversión de su hijo. Cuando volvían a Africa, y a pocos días de morir, la madre mirando el cielo le dice a su hijo:"¿Y a mí que más me puede amarrar a la tierra ? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios".




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